Introducción
Como punto de partida no podemos sino manifestar la mezcla de sentimientos ocasionada por el vídeo visto en clase. Sobre todo por la gran similitud en cuanto a la idiosincrasia entre los mexicanos y los paraguayos.
Evidentemente, y salvando las distancias, ambos pueblos tienen su propia historia y son producto de los errores y aciertos de los acontecimientos acumulados a lo largo de su existencia. Con todo, pese al nacionalismo expresado muchas veces por los connacionales, una realidad salta a la vista: La falta de compromiso e involucramiento para la construcción de una verdadera ciudadanía.
No nos ubicaremos en el banco acusador, sino que hasta pudiera ser esta la oportunidad perfecta para subrayar el comportamiento individual como paralelismo del comportamiento colectivo, posterior y resultante.
Cada año, llegado el mes de mayo, ensanchamos el pecho al ponernos la escarapela tricolor y entonamos más enérgicos el himno nacional, pero a la vuelta de la esquina no titubeamos en arrojar el emboltorio de la chipa que comimos o la botella de la gaseosa que compramos y ni hablar de toda la basura que vamos dejando a nuestro paso, al más puro estilo Hansel y Gretel, cuando viajamos en colectivo.
Este breve informe no pretende modificar las viejas costumbres de la noche a la mañana, ya que llevan años en nuestra vida diaria, pero siendo un poco optimistas porqué negarnos el pensar que puede llegar a ser un disparador de nuevos modelos para quienes se pongan la camiseta de constructor del Paraguay que todos soñamos.
El otro siempre tiene la culpa
Básicamente en la primera parte del material audiovisual se evidenció esa vieja costumbre de culpar a otros de nuestra desgracia particular; de ver la mediocridad del otro para justificar muy en el fondo nuestro propio fracaso, de ahí la introducción que citaba a los presidentes sucesivos de México. Trayendo a nuestra realidad, esa escena se repite una y otra vez, en los distintos estratos socioculturales paraguayos. Sólo por graficar, tomamos dos ejemplos:
Ejemplo 1: El otro día en el supermercado, un caballero algo entrado en años le decía a su esposa al ver el precio de las verduras: “Mamína la precio kuéra, ha ñande Presidente katu ojepasea upérupi”.
Ejemplo 2: Días atrás, sólo por el hecho de disentir con el criterio de un grupo de compañeros que decidió llamarse a una huelga exigiendo la prórroga de inscripción, ante la impotencia o el temor de verse impedidos de hacerlo, observaban como enemigos y expresaban su frustración agrediendo a otros nada más porque estos últimos sí cumplieron con los requerimientos y plazos estipulados por la universidad, inscribiéndose a tiempo.
Ambos ejemplos dan cuenta de la miseria espiritual y cívica que se manifiesta en las actitudes de los individuos que inconformes con su situación extienden el dedo acusador para descalificar al otro, porque es la manera más sencilla de autocompasión de la propia mediocridad.
En un sentido más profundo, analizando el planteamiento, inferimos que el hombre exitoso es capaz de aplaudir el éxito ajeno y admirar los logros que ocurren a su alrededor; mientras tanto, el mediocre no hace más que envidiar, y por ello, se aferra a desacreditar los méritos de otros, porque cuanto peores sean los demás más superior se siente.
En el imaginario guaraní puede ser más práctico sobrevivir con pocas letras y menos compromiso, aunque ello no solidifique la autoestima particular; porque lo más eficaz resulta la tibieza y no la postura ante las cosas, porque así resulta más fácil delegar la responsabilidad de todo a los demás y no hacerse cargo de nada.
Quien sabe si esa falta de convicción es la duda que se generaba en tiempos remotos y que llevó al mismo Francia a cuestionarse sobre la existencia de un hueso perdido en el paraguayo. Haciendo autopsia de un paraguayo, si sus compatriotas no tenían un hueso de más en el cuello, que les impedía levantar la cabeza y hablar recio1.
Sostenemos que, por lo visto y expuesto, atravesamos por una inmadurez en cuanto a nuestra condición de actores de este tiempo, murmurando lo que no nos animamos a decir libremente y despreciando a aquel que es capaz de aquello que no somos capaces de conseguir ser.
Porque a la postre aguardamos sumisos a que otro tome la posta de todo, para que cuando se equivoque podamos hacer leña del arbol caído y si tiene éxito podamos cuestionar el modo en que llegó al mismo.
Simple alienación
En un segundo momento del audiovisual apreciamos una triste característica de los pueblos mediocres de este tiempo, la sobrevaloración de programas de tv de contenido pobre y sensacionalista que celebra y vive éxitos ajenos como muestra de la limitación propia. Ya sea que hablemos de Rojo, Bailando por un sueño o cualesquiera programas televisivos delineados para un público que llena el vacío de sus horas con la primera propuesta que tiene al encender la televisión, porque poco o nada sabe de proactividad.
Esa peculiaridad podríamos traducirla como alienación. Y en este sentido, tomamos la definción de Marx que entiendía como alienación a la circunstancia en la que vive toda persona que no es dueña de sí misma, ni es la responsable última de sus acciones y pensamientos. Deducimos entonces, que si el paraguayo pierde la responsabilidad de sus acciones sencillamente está perdiendo su esencia de individualidad, de libre pensador y de protagonista de los acontecimientos de su tiempo.
Hegel por su parte daba significado al término alienación como la misma pérdida que sufre el ser humano, convirtiéndose en algo contrario a su propia esencia. ¿Qué significamos con esto? Simple y llanamente que el hombre, sea cual fuere su lugar de nacimiento, trae consigo la capacidad inata de transformar su entorno y cambiar el rumbo de la historia, por lo tanto la alienación es el hecho por el cual renuncia a esa capacidad como lo hiciera el mismo Esaú al vender su primogenitura por un plato de lentejas. Jacob dio a Esaú pan y el guiso de lentejas, y éste comió y bebió, se levantó y se fue. Así desdeñó Esaú la primogenitura.2
El azote de un falso nacionalismo
El material cuestionba al pueblo mexicano que vendía petróleo a bajo precio y adquiría combustible a alto costo. Trasladando esto a Paraguay subrayamos el elevado precio que pagamos por la energía eléctrica siendo nosotros socios propietarios de dos represas y únicos propietarios de la represa de una tercera, Acaray.
Leemos y escuchamos noticias a cerca de elegantes reuniones entre autoridades de las binacionales que hacen sino gala de la ineptitud de quienes nos “representan”; faltando a la verdad y mal negociando los recursos que finalmente nos pertenecen como socios.
Es sólo otra muestra de la falta de dignidad que tenemos en todos los estratos sociales, la ausencia de escrúpulos y el famos y nunca ausente “po karé” que tiene supremasía por sobre el derecho de la mayoría y que no logra sino sumir a nuestro país en un proceso paulatino de empobrecimiento y falta de proyección a largo plazo.
Conclusiones
Es apasionante discurrir sobre nuestra realidad porque sólo aceptando nuestros defectos como ciudadanos podremos construir aquello que soñamos heredar a nuestros hijos.
El hecho de convertirnos en artífices del destino que queremos vivir nos dará la confianza para marcar la diferencia a la hora de los pequeños detalles que se convertirán en grandes cambios sociales y quedarán inscriptos en la historia de nuestra bendita tierra.
No queriendo en absoluto apuntar al pesimismo en cuanto a las apreciaciones expuestas, agradeciendo siempre la comprensión del lector que sabrá leer entre líneas aquella verdad insondable de nuestra esencia de ser paraguayos y rescatar al mismo tiempo la valentía de los héroes que supieron ganarse el respeto de generación en generación, justamente porque no esperaron que otros hicieran lo que ellos podían hacer.
En nuestras manos está olvidar el recurso lamentable de la “hora paraguaya”, de despojarnos de una vez por todas de la mala costumbre del “va'i va'i” o del “peicha peichante”, porque como dice una amiga luqueña a cerca de aquella frase “a lo Luque” - en mi ciudad trabajamos el oro y vemos nacer artistas.
Soñemos pues con que nuestros decendientes se sientan verdaderamente orgullosos de ser paraguayos no sólo cuando gana la selección nacional sino por los logros que sus padres consiguieron, cuando las adversidades mostraban un terreno poco propicio para sembrar el cambio. Creámos en que sí se puede, y un mea culpa puede ser sólo el principio, que permitirá en un futuro erradicar las grandes asimetrías creadas por esas características nocivas instaladas en nuestro país.
By: Soledad Cardozo (mi maah)